(Aviso: actualización larga, si se quiere, tomarse con calma y una buena tila)
En aquel instante, tal era la rabia que sentía en su interior, que sin atender a la razón ni detenerse a pensar un momento, Emilie se abalanzó con rapidez y precisión sobre Danny, quien, sorprendido, no tuvo tiempo de defenderse. Le tiró al suelo de un golpe, y notó de manera superficial como su ligera cabeza chocaba con violencia contra el suelo. La sangre empezó a fluir por sus manos, inundándola de satisfacción. Oía los gritos de Dorian a su espalda como un lejano eco, pero no pudo evitar sonreír maliciosamente.
En realidad, nada de aquello ocurrió, pero la imaginación de Emilie voló durante un segundo, planeando trágicos y sangrantes destinos para aquel chico. Al siguiente instante, haciendo un perfecto uso de la frialdad y serenidad que la caracterizaban, sonrió radiantemente y se adelantó a dar dos besos a Danny.
- ¡Encantada de conocerte! – le dijo mientras él, falto de timidez, se atrevía a abrazarla.
“No me toques, bicho”, pensaba ella con asco, mientras se imaginaba con delicia lo bien que quedaría un puñal en la espalda de aquel traidor.
La tarde pasó sin mayor acontecimiento, por si ya no había sido suficiente. Pasearon durante un rato por la calle, ellos dos hablando y ella fingiendo que le interesaba lo que decían. Pasó la tarde mirando el horizonte y moviéndose el piercing del labio para delante y para atrás. Se moría por un cigarro.
“¡Que le den por culo!”
¡Cómo le habría gustado pensar eso con toda la tranquilidad del mundo sin estar mintiéndose a sí misma! No fue capaz ni de aguantar su propia hipocresía, por lo que se inventó la excusa más tonta del mundo para irse a casa.
Emilie vivía en las afueras de la pequeña ciudad, casi tan lejos que su precisa y meticulosa puntualidad parecía imposible, cosa de milagro. Ante la propuesta de mudarse al centro, siempre se negaba, alegando que su madre no estaba para esos gastos.
Emilie tenía una casa. Sí, la tenía, era suya, oficialmente a su nombre y propiedad, a pesar de que su madre también vivía con ella. Aunque quizás vivir no era la palabra más adecuada, si no más bien “existir”. Su madre, como si de un fantasma se tratara, vagabundeaba por los pasillos de la casa como un alma en pena, sin salir siquiera al jardín, sin decir ni una sola palabra. Emilie llegaba a dudar si aquella falsa figura maternal era real o un producto de su mente enloquecida.
Por esto, ella era la única responsable de todo. Limpiaba, cocinaba, pagaba todos los gastos y a duras penas, se dedicaba a vivir. Su casa era un enorme chalet de las afueras, de tres pisos, con un jardín que eclipsaba al mismo Edén: parecía el paraíso hecho casa. Emilie sabía que podía permitirse contratar a cientos de empleados para que hiciesen el trabajo sucio, pero no lo hacía. No le gustaba tener extraños en casa; únicamente tenía un jardinero que venía una vez por semana, pues ella sentía que su jardín, el cual era su escondite, se merecía un trato mejor que el de sus torpes manos.
Quizás por esa excesiva privacidad, nadie excepto las personas anteriormente nombradas había pisado la enorme casa, ni sabían de su existencia. Ni siquiera Dorian. Y sin embargo, a pesar de ser el paraíso terrenal, a Emilie aquella casa se le antojaba fría, vacía de sentimientos. La había comprado para su madre, para que viviese en un lugar más alegre, pero por lo visto no lo había conseguido.
¿De dónde sacaba el dinero? Nadie lo sabía. Incluso se lo ocultaba a sí misma como si cualquier día fuese a despertarse y a descubrir lo que había hecho.
* * *
Emilie suponía que había tenido un padre. No porque le conociese, si no por obviedades científicas. También suponía que había tenido madre, y no porque estuviese muerta, si no porque lo parecía.
Hacía ya años que no hablaba, incluso parecía que ni siquiera era capaz de ver, porque cada vez que sus ojos se cruzaban, los de su madre parecían perdidos en un abismo vacío. Emilie sabía que no siempre había sido así, aunque no lo recordase. Al menos eso había dicho el médico, que las lesiones físicas apenas habían sido superficiales; afortunadamente, los moratones, arañazos y cardenales desaparecieron en un par de semanas. Sin embargo, su madre no había vuelto a hablar. No tenía recuerdo alguno de su voz, incluso había olvidado la tonalidad de sus gritos de aquel día… lo cual agradecía.
Cuando llegó a casa, después de un día cuanto menos extraño, el cielo había comenzado a nublarse, y amenazaba con tormenta. En vez de resguardarse en casa, Emilie se sentó en el jardín, sin mirar a ninguna parte e intentando no pensar en nada, especialmente en lo ocurrido. Sacó un cigarrillo de su mochila a cuadros negros y blancos, y comenzó a fumar con parsimonia mientras se tumbaba en el césped.
Tardó poco en empezar a llover.
Emilie no se movió hasta que el cigarro, mojado, se apagó, y ella misma comenzó a tiritar. Por alguna extraña razón se sentía mal.
Cuando entró en casa, se encontró a su madre mirando absorta por la ventana. Al llegar al enorme salón, empapada y chorreando agua, su madre la miró fijamente. Entonces, algo extraño y sumamente confuso ocurrió. Su madre habló.
- Llueve.
No volvió a decir más.
A partir de ese momento, Emilie supo que todo iba de mal en peor.
Esto se va poniendo de lo mas interesante.
ResponderEliminarTengo mucha curiosidad por saber de donde ha sacado tanto dinero nuestra querida Emilie..
Quiero leer más YA! :D
4.
Emilie es el personaje que mas me gusta, de momento. Aunque me da bastante penica...
ResponderEliminarSeguir con la historia ^^
Pobre Emilie... M'agrada la història tot i que elements ben estranys.
ResponderEliminarUna abraçada,
Josep
Misticismo respecto al personaje de Emilie. Seguimos con vilo lo que rodea a esta chica.
ResponderEliminarPobre
Un abrazo
¿Por que todo va a ir de mal en peor? :S
ResponderEliminarNo e sjusto quiero saber más!! :D
Genial! Esto tiene más intriga que un episodio de Perdidos! =D
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