domingo, 24 de enero de 2010

[6] Rutina


A Emilie el nivel de azúcar en sangre le había subido de manera increíble, de forma que creía que de un momento a otro explotaría. Desde que Dorian y Danny empezaron a salir, su amigo se empeñaba en quedar con ella todas las tardes.

“¿Hola? ¿No queréis intimidad?”, pensaba con ácida ironía. En realidad, estaba segura de que si Dorian le diese de lado por su nuevo novio, le sentaría muchísimo peor, pero el caso era quejarse… y lo sabía. Cualquier cosa era mejor que soportar los acaramelados momentos de la pareja, que se prolongaban durante horas, horas y más horas.

Todos los días comenzaban a ser exactamente iguales: universidad por la mañana, y a la tarde, quedar con Mickey y Minnie para aguantar sus empalagosidades dignas de una película de Disney. Paseaban, ellos de la mano, y ella guardando unas distancias que le permitiesen estar lejos y a la vez no parecer una marginada social; otras veces, pedían un café con nata en la tienda del centro y se sentaban en el paseo marítimo a pasar frío. Emilie, por mucho que intentase evitarlo, no podía aguantarse: siempre se le escapaba algún sarcástico comentario acerca del “invasor”, pero eran tan enrevesados que parecía incluso imposible que se le hubiesen ocurrido a ella. Estaba segura de que en ocasiones Danny se daba cuenta, llegado un punto extremo, por lo que se obligaba a parar y ofrecer la más radiante de sus sonrisas. Era asquerosamente encantadora.

Sin embargo, Dorian estaba tan sumido en su perfección que se encontraba completamente ciego. Emilie dudaba si regalarle un perro-guía o un bastón. Cualquiera de las dos cosas le sentaría bien. Todo lo hacía.


Le mataba aquella sonrisa de bobalicón que le había crecido en la cara. Era insoportable. Al llegar a casa, se escondía o bien en su cuarto, o bien en el jardín, y fumaba y fumaba hasta que se le acababan todos los cigarrillos. Pasaba las horas entre humos y penas, notando como se iba sumiendo en una profunda depresión.

También leía. Leía muchísimo, durante toda la noche, sin dormir ni cinco minutos. Ahora comenzaba a comprender aquello de lo que sus escritores noventayochistas favoritos no cesaban de escribir, a lo que dedicaban cientos y cientos de capítulos, uno tras otro: el hastío. Se sentía hastiada de lo que se suponía que era su vida. ¿Hasta ahí había llegado, al punto de no retorno? ¿Continuaría el camino o el callejón elegido no tenía salida? Como a todo ser humano, a Emilie se le antojaba que la existencia de más dudas que respuestas era uno de los sentidos más injustos de la vida.

Pronto, descubrió que Danny también era un aficionado lector. Se encontraban un día en la cafetería del puerto, el pequeño pero acogedor lugar al que solían acudir. Como era costumbre, se habían sentado en la mesa que les permitía ver la calle. Aquel día, como cualquier otro, paseaban frente a ellos decenas de personas, ajenas a la discusión que allí tenía lugar.

- La moraleja es clara – decía ella, una y otra vez.
- Yo no estaría tan seguro – replicaba Danny -; Hurtado es claramente estoico, aunque en el fondo no lo sepa. Su fugaz y feliz matrimonio con Lulú no es más que una farsa que demuestra que él es tan erróneo y humano como aquellos personajes a los que se dedica a criticar. No es el ejemplo a seguir, sino el antagonista.[1]

Había que admitir que el jodido cabrón era inteligente.

- Absolutamente todo lo contrario, ¡no has entendido para nada el mensaje! – se sulfuraba Emilie -. Nos demuestra que la vida es un continuo paseo de desengaños, que mientras te mantengas a distancia y observes la rosa desde lejos, no te clavarás la espina. Pero una vez lo hagas, estarás perdido. ¡Mira cómo acabó! ¡Y cómo acabaron todos por intentar vivir una irrealidad! ¡Todos muertos!
- Oye, ¿qué pasa, no tenéis vida social? – les interrumpió Dorian, divertido -. Está bien leer, ¡pero provocarme dolor de cabeza ya no es tan buena idea!
- Lo siento, cariño – le decía Danny, inclinándose a besarle.

Emilie bufó. Cuando ambos chicos la miraron, se excusó, alegando que tenía que marcharse ya.

Cuando salió por la puerta de la cafetería, dobló la esquina, y pasó al lado del cristal en cuyo otro lado había estado sentada. Notó la mirada de Danny sobre ella, y supo que sospechaba algo.



[1] Referencia a “El árbol de la ciencia” de Pío Baroja. En esta novela, el protagonista, Andrés Hurtado, se suicida ante el fuerte desengaño que le provoca la vida.

viernes, 22 de enero de 2010

[5] Recuerdos

Dorian-3
“Es una pena que Emilie se haya tenido que ir tan de repente” pensó Dorian “Me hubiera gustado que se quedara más tiempo”.
Los chicos continuaron su paseo dados de la mano, entraron en diversas tiendas, ojearon algunos escaparates y finalmente, cuando el sol desapareció y comenzó a llover, decidieron entrar en un café. El local era pequeño, pero sin ser agobiante, se podría decir que era acogedor, tenía pequeñas mesas redondas y altas acompañadas de un par de taburetes negros cada una. De fondo podía escucharse música de jazz que salía de un par de viejos altavoces situados en paredes opuestas del pequeño café. Los chicos se sentaron en los taburetes deuna mesa situada cerca de una gran cristalera que permitía ver el exterior. Una camarera joven les atendió, pidieron un par de cafés y esta volvió detrás de la barra. Danny tomo la mano que Dorian tenía sobre la mesa entre las suyas.
-Creo que a ella no le caí muy bien…- comentó Danny
-No seas tonto, le has caído muy bien, además, es mi mejor amiga, se alegra mucho por mí- Dijo Dorian con una sonrisa.
-No sé, la noté distante, creo que no le gusto que yo haya venido- en la voz de Danny había una nota de preocupación.
-No digas tonterías, es sólo que a ella no le gusta mucho conocer gente nueva- y tras esa frase Dorian se inclinó para besar a Danny.
•••

Eran ya las doce y media de la noche y después de haberse despedido de Danny, Dorian serpenteó un buen rato entre las calles de la pequeña ciudad hasta la salida de la misma. No se dirigía a su casa, hoy debía hacer otra cosa antes. Aunque había dejado de llover ya hace un buen rato, los charcos continuaban dispersos por las calles, y el viento que corría ahora creaba pequeñas olas en ellos. Dorian caminaba despacio, con las manos en los bolsillos de su sudadera y la capucha tapándole la cabeza, andaba con la cabeza baja, observando el suelo que pisaba.
En su cabeza un ciclón de pensamientos le alteraban la mente, pensaba en las palabras de Danny sobre Emilie ¿realmente a ella le habría molestado que le presentara a Danny? Dorian sabía perfectamente que a Emilie no le gustaba nada conocer a gente nueva, pero Danny era su novio, no se trataba de alguien sin importancia, era la persona a la que amaba de verdad, a la persona que quería tener junto a él, Emilie debería entender eso. En la mente de Dorian también se encontraba la imagen de Danny, él era todo lo que Dorian podría desear en una persona, le hacía tan feliz… Dorian creía que no sabría como vivir sin él ahora que la tenía.
Un pensamiento más se coló en su mente, era una mujer de cabello rojo oscuro y rizado en una larga melena, unos ojos verdes que recordaban a los de una serpiente y una tez blanca. La delgada y alta mujer miraba a Dorian con malicia desde sus pensamientos, tenía una sonrisa fría y una expresión calculadora. Dorian conocía perfectamente a esa mujer, sabía que tramaba y conocía perfectamente su vida, no era otra que Katherine, su madrastra. Katherine había llegado a la vida de Dorian hace unos ocho meses, cuando el padre de este la trajo a casa y la presentó como su novia, tres meses después se celebró la boda con un convite por todo lo alto.
Otro nuevo pensamiento se hizo hueco en la cabeza de Dorian, era otra mujer, pero esta era totalmente distinta. La nueva inquilina en los pensamientos de Dorian era morena, con el pelo liso y unos ojos azules que parecían dos espejos que reflejaran un cielo totalmente despejado. La mujer llevaba un vestido blanco de gasa que ondeaba con el viento, Dorian se vio reflejado en esa mujer en aquella persona que había compartido tantos buenos y malos momentos con él, su madre estaba ahora en su pensamiento.
Dorian salió de su ensimismamiento, ya había llegado a su destino. El muchacho se encontraba ante unas grandes puertas de hierro negras, en lo alto, unas letras coronaban la cancela, en ellas podía leerse “Cementerio Municipal”. Pese a que las puertas estaban cerradas, Dorian conocía perfectamente la forma de entrar, el mismo vigilante del cementerio le mostró la manera de hacerlo años atrás. Empujo un poco la puerta a la vez que la levantaba y esta se abrió silenciosamente, el chico pasó y volvió a cerrar la puerta tras de si.
Caminó entre las distintas sepulturas sin pararse a observar ninguna en concreto, después de recorrer algunos pasillos de lápidas, Dorian llegó al centro del cementerio, donde había un pequeño claro, rodeado por algunos cipreses, en el centro del claro se erguía una estatua de piedra de un ángel apuntando con su dedo índice al cielo y apoyado sobre un enorme ataúd de piedra. Dorian se acercó al gran ataúd y con la manga de su sudadera sacó brillo a la inscripción que rezaba “Aquí yace Elizabeth Taylor Lambert, una gran esposa, madre y amiga 1972-2005”. Dorian apoyó su espalda sobre la tumba de su madre y echó la cabeza hacia atrás, las estrellas brillaban de una forma especial aquella noche, y la luna emitía un haz de luz espectral.
Dorian comenzó a imaginar la cantidad de cosas que hubieran pasado en estos últimos cinco años si su madre aun viviese, hubiesen podido ir de vacaciones a muchos sitios, habría podido conocer la noticia de su homosexualidad y habría podido conocer a Danny, Dorian estaba seguro que a su madre le hubiera encantado él, pero lo más importante, es que Dorian sería feliz porque su madre estaría junto a él para apoyarle en todo, pero esos felices pensamientos fueron desalojados por uno más inquietante, las extrañas circunstancias de la muerte de su madre. Dorian recordaba los informes que pudo ver a escondidas, la reconstrucción de la escena del crimen y las imágenes que la policía tomo del cadáver una vez que fue encontrado. Aun así, debido a la falta de pruebas, criminal y móvil, el caso fue cerrado sin hallar culpables.
Los párpados de Dorian cada vez pesaban más y más hasta que finalmente, calló en los brazos de Morfeo

jueves, 21 de enero de 2010

[4] Ira

(Aviso: actualización larga, si se quiere, tomarse con calma y una buena tila)







En aquel instante, tal era la rabia que sentía en su interior, que sin atender a la razón ni detenerse a pensar un momento, Emilie se abalanzó con rapidez y precisión sobre Danny, quien, sorprendido, no tuvo tiempo de defenderse. Le tiró al suelo de un golpe, y notó de manera superficial como su ligera cabeza chocaba con violencia contra el suelo. La sangre empezó a fluir por sus manos, inundándola de satisfacción. Oía los gritos de Dorian a su espalda como un lejano eco, pero no pudo evitar sonreír maliciosamente.


En realidad, nada de aquello ocurrió, pero la imaginación de Emilie voló durante un segundo, planeando trágicos y sangrantes destinos para aquel chico. Al siguiente instante, haciendo un perfecto uso de la frialdad y serenidad que la caracterizaban, sonrió radiantemente y se adelantó a dar dos besos a Danny.


- ¡Encantada de conocerte! – le dijo mientras él, falto de timidez, se atrevía a abrazarla.


“No me toques, bicho”, pensaba ella con asco, mientras se imaginaba con delicia lo bien que quedaría un puñal en la espalda de aquel traidor.


La tarde pasó sin mayor acontecimiento, por si ya no había sido suficiente. Pasearon durante un rato por la calle, ellos dos hablando y ella fingiendo que le interesaba lo que decían. Pasó la tarde mirando el horizonte y moviéndose el piercing del labio para delante y para atrás. Se moría por un cigarro.


“¡Que le den por culo!”


¡Cómo le habría gustado pensar eso con toda la tranquilidad del mundo sin estar mintiéndose a sí misma! No fue capaz ni de aguantar su propia hipocresía, por lo que se inventó la excusa más tonta del mundo para irse a casa.


Emilie vivía en las afueras de la pequeña ciudad, casi tan lejos que su precisa y meticulosa puntualidad parecía imposible, cosa de milagro. Ante la propuesta de mudarse al centro, siempre se negaba, alegando que su madre no estaba para esos gastos.
Emilie tenía una casa. Sí, la tenía, era suya, oficialmente a su nombre y propiedad, a pesar de que su madre también vivía con ella. Aunque quizás vivir no era la palabra más adecuada, si no más bien “existir”. Su madre, como si de un fantasma se tratara, vagabundeaba por los pasillos de la casa como un alma en pena, sin salir siquiera al jardín, sin decir ni una sola palabra. Emilie llegaba a dudar si aquella falsa figura maternal era real o un producto de su mente enloquecida.


Por esto, ella era la única responsable de todo. Limpiaba, cocinaba, pagaba todos los gastos y a duras penas, se dedicaba a vivir. Su casa era un enorme chalet de las afueras, de tres pisos, con un jardín que eclipsaba al mismo Edén: parecía el paraíso hecho casa. Emilie sabía que podía permitirse contratar a cientos de empleados para que hiciesen el trabajo sucio, pero no lo hacía. No le gustaba tener extraños en casa; únicamente tenía un jardinero que venía una vez por semana, pues ella sentía que su jardín, el cual era su escondite, se merecía un trato mejor que el de sus torpes manos.


Quizás por esa excesiva privacidad, nadie excepto las personas anteriormente nombradas había pisado la enorme casa, ni sabían de su existencia. Ni siquiera Dorian. Y sin embargo, a pesar de ser el paraíso terrenal, a Emilie aquella casa se le antojaba fría, vacía de sentimientos. La había comprado para su madre, para que viviese en un lugar más alegre, pero por lo visto no lo había conseguido.


¿De dónde sacaba el dinero? Nadie lo sabía. Incluso se lo ocultaba a sí misma como si cualquier día fuese a despertarse y a descubrir lo que había hecho.


* * *


Emilie suponía que había tenido un padre. No porque le conociese, si no por obviedades científicas. También suponía que había tenido madre, y no porque estuviese muerta, si no porque lo parecía.


Hacía ya años que no hablaba, incluso parecía que ni siquiera era capaz de ver, porque cada vez que sus ojos se cruzaban, los de su madre parecían perdidos en un abismo vacío. Emilie sabía que no siempre había sido así, aunque no lo recordase. Al menos eso había dicho el médico, que las lesiones físicas apenas habían sido superficiales; afortunadamente, los moratones, arañazos y cardenales desaparecieron en un par de semanas. Sin embargo, su madre no había vuelto a hablar. No tenía recuerdo alguno de su voz, incluso había olvidado la tonalidad de sus gritos de aquel día… lo cual agradecía.


Cuando llegó a casa, después de un día cuanto menos extraño, el cielo había comenzado a nublarse, y amenazaba con tormenta. En vez de resguardarse en casa, Emilie se sentó en el jardín, sin mirar a ninguna parte e intentando no pensar en nada, especialmente en lo ocurrido. Sacó un cigarrillo de su mochila a cuadros negros y blancos, y comenzó a fumar con parsimonia mientras se tumbaba en el césped.


Tardó poco en empezar a llover.


Emilie no se movió hasta que el cigarro, mojado, se apagó, y ella misma comenzó a tiritar. Por alguna extraña razón se sentía mal.


Cuando entró en casa, se encontró a su madre mirando absorta por la ventana. Al llegar al enorme salón, empapada y chorreando agua, su madre la miró fijamente. Entonces, algo extraño y sumamente confuso ocurrió. Su madre habló.


- Llueve.


No volvió a decir más.
A partir de ese momento, Emilie supo que todo iba de mal en peor.

miércoles, 20 de enero de 2010

[3] Sorpresas


Se acerco a ella con una sonrisa en la cara, ella se levanto del banco y se acerco a él para poderle abrazar y darle dos besos.
-Hacía mucho que no sabía de ti- dijo Emilie con algo de pena en la voz
- Sí, perdona, es que me han sucedido algunas cosas…y… no he tenido mucho tiempo…esto…ya sabes-se disculpo Dorian
-¿Ya sé?- interrogó la chica algo confundida- ¿saber qué?
- Jajajajaja- La sonora carcajada de Dorian hizo que a Emilie se le crispara un poco el rostro, pero al ver la sonrisa de Dorian, es crispación desapareció como arrastrada por una inexistente brisa.
-¿Y bien?- insistió la joven
-¿Damos una vuelta? Hace un día precioso…- y mientras dijo esto, Dorian levantó la vista al cielo mientras sonreia tiernamente, Emilie no podía mirar a otro lado, su vista estaba clavada en él-… ¡no te quedes ahí ensimismada!¡Voy a echar raíces!- y Dorian acarició el rostro de Emilie.
Los dos jóvenes comenzaron a caminar, conversando sobre diversas cosas cuando Dorian se detuvo en seco.
-¿Por qué te paras?- Interrogó Emilie
-Tengo que presentarte a alguien- y mientras hablaba lo hacía mirando fijamente a algún punto entre el gentío.
Emilie escudriño en busca del origen de la mirada de Dorian, no pudo ver nada que le llamará la atención, había mucha gente, gente ataviada con bolsas de las tiendas cercanas, niños que paseaban junto a sus mamás de la mano de estas, adolescentes que como ellos, daban paseos en grupos y un joven que caminaba solo y a buen paso.
-¿A quién esperamos?- Preguntó Emilie desconcertada mirando a Dorian
-Tienes la respuesta ante ti- Dijo Dorian con una sonrisa
El chico que caminaba a buen paso se encontraba ahora parado delante de Dorian, paso sus manos por la cintura de este y le beso tiernamente en los labios. Emilie se quedó paralizada, no sabía como reaccionar, cuando ambos jóvenes se separaron, Emilie pudo ver con más atención al recién llegado, era tan alto como Dorian, rubio, unos preciosos ojos verdes y una deslumbrante sonrisa.
Dorian acarició el rostro del chico, notó bajo sus manos sus cálidas mejillas, los ojos del chico se cerraron al sentir el contacto con las manos de Dorian. Dorian separó una de las manos del rostro del chico y la coloco en la espalda de este, le apreto contra su cuerpo y volvió a besarle. Tras esa fracción de segundo, Dorian se volvió hacia la anonadada Emilie.
-Emilie, te presento a Danny, mi novio- y Dorian le dirigió a Danny una mirada totalmente embelesada
Emilie no podía dar crédito a lo que veía y oía. En un instante, todo su mundo tambaleó de forma inexplicable.
-Encantado de conocerte Emilie, Dorian me ha hablado mucho de ti…- La voz de Danny era suave y melódica.

sábado, 16 de enero de 2010

[2] Emilie



Todavía la miraba con los mismos ojos que 365 días atrás.

A la vez, sentía aquella mirada de dos formas distintas, como una salvación y una perdición al mismo tiempo. Estaba completa y absolutamente segura de que nadie llegaría nunca a ver en sus ojos lo que ella había encontrado la primera vez que los vio.

Vio inseguridad, y vio miedo. Pero también se enamoró de ellos.

Sabía que era la tontería más grande que podría haber hecho, porque desde que sus vidas se cruzaron aquel día en un simple banco, supo lo que había. O más bien, lo que no. Ni una sola oportunidad.

A sabiendas de que era egoísta el incluso soñar con lo imposible, se prometió que cuidaría de él, pues al fin y al cabo, su extraña relación le había aportado mucho más de lo que habría llegado a merecer. Por eso había estado ahí siempre: en los buenos y los malos momentos, en las risas y en las lágrimas. Lo más cercano a compromiso que podría llegar a tener. Y no se arrepentía.

Por esas y otras tantas razones, seguía acudiendo al mismo sitio de siempre, a hacer lo de siempre, a hablar de todo y de nada, a aparentar una rutina que estaba muy lejos de sentir. ¿Quién lo iba a decir? ¿Un año? ¿Ya se había cumplido un año desde que todo pasó? Parecía mentira, pero había ganado y perdido tanto… Había ganado un amigo, ante la imposibilidad de aspirar a encontrar nada mejor, pues no lo había; pero también había perdido todo atisbo de sinceridad. Un año de mentiras y secretos comenzaban a pasar factura.

Lo notó cuando él se acercó. Calló al desbocado latido de su corazón a pesar de sus protestas, como llevaba haciendo durante doce largos meses, y esbozó una sonrisa. Al fin y al cabo, una palabra lo decía todo.

Dorian.


martes, 12 de enero de 2010

[1] Dorian




El silencio fue roto por el chirriante sonido del reloj digital, eso sólo podía indicar que eran las nueve en punto de la mañana. Se reincorporó para sentarse en la cama y tanteo el suelo en busca de las zapatillas, se levantó y tomo algo de ropa limpia, se dirigió al a la puerta que abrió y le llevó al largo pasillo de paredes celestes, se encaminó al baño, donde se dio una rápida pero relajante ducha caliente. Tras secarse, ponerse unos vaqueros, una camiseta negra y una sudadera blanca, se encaminó a la cocina, donde Katherine, la nueva esposa de su padre, había preparado un desayuno a base de tortitas y zumo de naranja.
-¿Hoy no trabajas?- preguntó a Katherine justo antes de tomar un trago de zumo.
-No,¿no reuerdas que hoy voy a buscar a tu padre al trabajo para irnos después a “London”?- Katherine no podía ocultar su terrible acento londinense.
-Sí, es cierto, lo olvidé- Contestó con desgana.
-¿Tú irás con esa chica…?¿Cómo se llamaba?-
-Emilie- y arrojó una mirada de desdén
Se levantó de la mesa y salió de la cocina antes de que Katherine pudiera seguir con su interrogatorio. Ciertamente no podia quejarse de ella, no se había portado mal, pero no podía negar que el vacío que su madre había dejado jamás podría ser llenado por una snob encalzada en botas de Prada. Se encaminó al baño y se colocó ante el espejo, un chico joven de unos 18 años, cabello nego y ojos azules le devolvió la mirada, se podría decir mucho de la mirada de aquel chico, se podría decir que aquel chico lo tenía todo en la vida, que era un triunfador, nadie diría que ese mismo chico de piel clara había tenido tantos problemas hace hoy justamente un año. Terminó de arreglar su pelo, salió del baño y tras un simple “adios” dirijido a Katherine tomó la puerta de salida que conducía al rellano donde cogió el ascensor que le llevó hasta la planta baja. Tras salir del edificio de viviendas donde residia, comenzó a caminar calle arriba hacia el punto de encuentro con Emilie .
Tras un breve trayecto, llegó hasta el lugar donde se habian citado. Ella ya estaba allí, estaba realmente preciosa aquel día, reconoció en ella aquella mirada de hace un año, cuando ocurrió el incidente. El hecho que alteró su vida no fue otro que la hipocresía, la falta de tolerancia y una serie de pensamientos un tanto arcaicos. El detonante de todo, el ojo del huracán, no fue otro que la confesión de su homosexualidad. Sí, él es gay, y está orgulloso de serlo, pero a sus amigos no les pareció tan bien y no se bastaron con dejar de hablarle sino que además le hicieron la vida imposible. Ella fue la única que estuvo ahí todo el tiempo, la única que no dejo ni un momento de tenderle la mano. Y ahora, una vez más, un año después de aquel fatídico día, ella se encontraba ahí, sentada en el banco, esperándole.
-¡Hola Dorian!- dijo ella
-¡Hola!¿Damos una vuelta?- propuso Dorian con un guiño.