miércoles, 6 de octubre de 2010

[19] Freddie


“No hay tiempo para nosotros, no hay sitio para nosotros.”

Freddie le susurraba al oído palabras de desaliento, lo cual aumentaba sus ganas de seguir en la cama durante el resto de su vida. La habitación estaba hecha un desastre: un olor inclasificable que dificultaba la respiración bailaba por el aire, en la mesilla los cigarros se amontonaban sin haber llegado a morir; CDs calzoncillos y demás objetos inanimados mutaban sobre la alfombra, mientras que sobre la cama, él abandonaba su cuerpo al olvido.

Si fuese interrogado en aquel instante, no habría sido capaz de sincerarse acerca del tiempo que llevaba ahí inerte, estático. Porque ni siquiera él estaba seguro. ¿Dos días? ¿Una semana? ¿La vida entera, quizás? Tampoco ardía en deseos de saberlo.

Mantenía los ojos cerrados, porque no era necesario abrirlos para que su mente reprodujese una y otra vez, sin descanso, la martirizadora imagen de la que había tenido que ser testigo. Como si de un disco rayado se tratase, los labios de Emilie besaban los de Dorian sin descanso alguno. Una vez. Y otra. Y otra más.

El disco continuaba in crescendo mientras notaba que algo nacía en su interior. “Pasé lo que pase, lo que dejaré en manos de la suerte…” Furia. Furia y rabia surgían de él, como si de curiosas criaturas que jamás han visto mundo se tratasen. Comenzó a apartar mechones pelirrojos de su cara hasta que le fue devuelta la vista. Freddie decía que no podía quedarse ahí parado, era hora de levantarse, de seguir adelante y tomar control de la situación, aunque por dentro no encontrase fuerzas para hacerlo. Era todo cuestión de saber maquillarlo.

Sus ojos verdes brillaron con malicia por un momento. De golpe alzó su cuerpo de la cama y se vistió en cuestión de segundos. El show debía continuar.


* * *

Como un tigre desafiando las leyes de la gravedad.

Así se sentía Victor, que caminaba a paso apresurado y ansioso calle abajo. Era ya de noche, aunque no especialmente tarde, por lo que aún podía verse gente por las aceras de Crisfield. No estaba seguro de lo que se disponía a hacer, y menos aún hacia qué dirección se dirigía, pero lo que ocurrió a continuación le dio una pista muy clara. Andaba sin pararse a mirar quién pasaba por su lado, por lo que cuando tropezó con aquel chico, fue incapaz de ubicarlo durante los primeros segundos.

- ¡Danny! – dijo al fin.

- ¡Victor! – exclamó él, con una sonrisa que no parecía forzada -. ¿Cómo tú por aquí? ¿Vas a ver a Emilie?

- No, no sé dónde está. ¿Y tú qué? – añadió -. ¿A por Dorian?

- ¡Ya me gustaría! – dijo Danny con un suspiro cómplice -. Llevo intentando contactar con él toda la tarde, pero no hay manera. Puede que estén los dos, ¿no crees? Quizás les hemos quitado mucho tiempo de estar juntos y quieran pasar algún tiempo solos. Me sentiría muy culpable si le quitase a Dorian tiempo de estar con sus amigos.

“Si tú supieras…”, pensaba Victor mientras. Entonces detuvo aquel pensamiento: ¿por qué no hacérselo saber? ¿O es que el pobre chico iba a vivir felizmente engañado desconociendo que su querido novio iba besando la propiedad de los demás? “Se merece la verdad”, pensó, intentando acallar esa voz en su cabeza que gritaba que aquello sólo era una estrategia más para acabar con Dorian. ¿Qué haría Freddie?

- Entonces – dijo Victor de pronto -, ¿Dorian no está en casa?

- Pues no, ya he pasado por allí y su madrastra Katherine me dijo que había salido.

- Ah, vale… bueno, pues ya nos veremos por ahí, tío. Suerte con tu búsqueda.

“Temedme.” Se alejó sin despedirse. Su cabeza no se podía quitar esas tres sílabas de encima. Los pasos de Victor marcaban el compás de su nerviosismo; no estaba aún muy seguro de si sería capaz de hacerlo. Sin embargo, y para su sorpresa, en media hora se vio a si mismo tocando a la puerta, esperando a que se abriese y pronunciando las palabras que había memorizado por el camino.

- Hola, buenas noches, ¿es usted Katherine?

- Sí, soy yo. ¿Qué ocurre?

- Vengo a hablarle de su hijastro – y sonriendo, entró, aunque sabía que quedaban muchas más cosas por hacer aquella noche.

* * *

Otro más que mordía el polvo.

Ya no había tiempo para arrepentirse, pero Victor no se arrepentía. Ya se encontraba de vuelta en casa, en la seguridad de su habitación, aunque demasiado expuesto al riesgo de sus fuertes sentimientos. Herido como se encontraba no había encontrado otra manera, pero de alguna forma tenía que justificar a todo el mundo y a sí mismo la causa de su egoísmo.

¿Qué había pasado? Nunca había sido celoso. Y ahora rozaba el límite de la locura por lo que sabía que nunca sería suyo. Sacudió la cabeza, como intentando quitarse esos pensamientos de la cabeza. De todas maneras, ya no había marcha atrás.

- De verdad – dijo su madre, que entraba en la habitación -, no sé cómo aún te funciona ese disco. Lo tienes puesto a todas horas.

Victor sonrió mientras recogía la caja del CD del suelo.

Absolute Greatest. Queen.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

[18] Condena





Cuando la puerta de la celda chirrió y se cerró tras ella, Emilie se prometió que no sentiría miedo.

- Si necesita algo, comuníquemelo – dijo la voz del guarda, que se iba alejando cada vez más. “Cobarde”, pensó Emilie.

La luz parpadeaba insegura, como si supiese perfectamente la celda de quién estaba iluminando, como si estuviese asustada de algo que llenaba la estancia de pánico e inseguridad. Emilie, sin embargo, avanzó sin miedo hasta la mesa y se sentó frente al pasado.

Él no había cambiado demasiado; seguía teniendo aquella pose de superioridad y arrogancia que ni siquiera en prisión había desaparecido. Mantenía, como había hecho siempre, su orgullo a través de su imagen, la cual podría ser perfectamente descrita como intimidante. La miraba con una media sonrisa, denotando confianza en sí mismo, quizás demasiada. Se le veía seguro y ajeno al hipotético daño que ella pudiese causarle.

- Hola, pequeña – saludó con fanfarronería. Emilie no contestó, simplemente se sentó y fijó en el su mirada. Durante unos segundos reinó el silencio en la habitación, mientras ella buscaba la mejor manera de arrojar la bomba -. ¿Qué te trae por aquí? ¿Has entrado en razón?

- Oh, por supuesto – Emilie sonrió con maldad. Un escalofrío recorrió la espalda de él mientras observaba los fríos y calculadores ojos de la muchacha, pero no le dio importancia; sólo era una cría. Emilie continuó -. Por supuesto que he entrado en razón. Y de verdad, que no tienes idea de cómo me arrepiento por no haberlo hecho antes.

- ¿Vas a soltarme, verdad? Ya era hora, preciosa – él sonreía, confiado.

- No lo entiendes – Emilie suspiró y añadió esas últimas palabras.

En aquel momento, tres guardas irrumpieron en la sala y tomaron al preso por la fuerza. Él la miró a los ojos de nuevo y, por fin, comprendió. Su mirada atravesó miles de emociones en un segundo, desde el terror inicial hasta la ira.

- ¡TÚ! – gritó, cada vez más enfurecido, mientras sacudía su cuerpo como si hubiese perdido la cabeza -. ¡Eres una…! – calló a mitad de la frase, pues no parecía encontrar palabras -. Igualita que ella… sois las dos iguales… impresentables, mentirosas, arpías… no tenéis corazón… no, no… ¡No lo tenéis! ¿Me oyes? ¡NO! – de pronto comenzó a reírse estrepitosamente -. ¿Así me agradecéis todo lo que he hecho por vosotras? ¿Ordenando mi muerte como si fuese la cena? Pero no pasa nada, quédate con la conciencia tranquila, que ya has hecho lo que querías, ¿no? Siempre quisiste verme muerto, veía como te guardabas todo ese odio y pensabas en matarme.
Querías hacerme pagar unos errores que no son míos. ¡Eres una asesina, podrías matar a cualquiera y no sentir nada! – seguía riendo como un loco, y sacudiéndose exageradamente, por lo que los guardas apretaron más aún y comenzaron a llevárselo a la sala contigua -. ¡No eres mejor que yo! ¡Tienes los ojos del diablo! ¡Quien no sepa verlo en ti estará acabado, todos los que se queden a tu lado terminarán muertos! ¡MUERTOS!

Emilie continuó su silencio, fingiendo que aquella maldición no había surgido efecto en su cabeza. La imagen de su madre muerta en el sillón acudió a su cabeza y por un segundo se preguntó si sería por ella… Mientras, los guardas terminaron de llevarse al loco de allí, y de pronto Emilie se encontró sola en la lúgubre estancia.

- Adiós, papá – murmuró casi para sí misma.

* * *

Salió de prisión sintiéndose liberada.

El pasado parecía haber muerto del todo, pero se sentía incómoda con aquella idea porque era macabramente literal. Sin embargo, ya era hora de dejarlo ir, y centrarse en el resto de sus problemas, que no eran pocos. Seguía manteniéndose vetada para Víctor y Dorian; el teléfono estaba apagado y pensaba dejarlo así hasta que llegase a Crisfield.

De pronto, se vio en Tejas, con cuatro horas libres de culpa y sin nada que hacer, por lo que se dedicó a callejear por todos aquellos lugares que ya tenía olvidados. Pronto llamó su atención el escaparate de una peluquería que ofertaba un cambio de imagen a un precio considerable – que en realidad no tenía ninguna importancia -. Sin pararse a pensar en lo que hacía, entró y pidió turno. Cuando se sentó en la silla, la peluquera se puso tras ella, y a través del espejo, le preguntó:

- Dime, ¿cuál es tu cambio? – dijo, con un marcado acento latinoamericano.

- ¿Mi cambio? – respondió ella, extrañada.

- Sí, tu cambio. En mi país creemos que estos cambios exteriores son una representación de un cambio interior.

- Oiga, yo sólo he venido aquí a que me…

- Sí, sí, lo sé – interrumpió la peluquera -. ¿Pero qué has hecho para desear un cambio? – Emilie resopló.

- He matado a mi padre.

La peluquera se rió, probablemente pensando que era un chiste, y se dispuso a lavarle el pelo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

[17] Llamada entrante



¿Qué había pasado? “No lo sé” se decía Dorian “Todo ha sucedido demasiado deprisa” Lo que estaba claro para Dorian es que esas palabras no eran ciertas “Te amo, Emilie” esas palabras empezaron a resonar una y otra vez en su mente como el repicar de unas campanas. Las palabras abandonaron su cabeza para dejar paso a una imagen, sus labios presionados contra los de su amiga… el suave tacto de los labios de Emilie acariciando los suyos…”Te amo, Emilie”… “¡Nooooo!” se dijo Dorian, pero salio de su ensimismamiento cuando Emilie dio unos pasos hacia atrás y salió corriendo, dejándolo ahí plantado con “Ginger” que parecía haber desaparecido durante aquel extraño instante. Dorian intentó seguir a Emilie pero en su fuero interno sabía que era mejor dejarla escapar “No, después de esto no debería ir a hablar con ella”.
Dorian aminoró la marcha hasta casi detenerse, miró al cielo y contempló las nubes deslizarse por el cielo azul. No sabría muy bien cuanto tiempo estuvo ahí, quizás segundos, minutos o hasta horas. Cuando el chico volvió en si se dirigió hacia el muelle tomando la primera calle de la derecha, tras algunos minutos su móvil empezó a sonar. Dorian lo extrajo del bolsillo de su pantalón y miró la pantalla “Danny llamando”, “¡Oh bien! Sólo me faltaba esto” Dorian estuvo un rato pensando si debería aceptar la llamada, pero antes de que pudiera tomar una decisión el móvil dejó de sonar.

•••••

Dorian se encontraba sentado en el muelle, sus pies colgaban a medio metro del mar, había apoyado sus manos en la superficie de madera, un poco por detrás de su cuerpo y contemplaba nuevamente el cielo. Esta vez no miraba las nubes, sólo podía ver a Emilie y a Danny. ¿Realmente podía ser cierto que estuviera enamorado de Emilie? No, desde luego que no, para Dorian sólo existía una persona, Danny. Estaba claro que Emilie era también muy importante pero… si tuviera que elegir entre uno de los dos, ¿con quien se quedaría? “Eso es fácil, con Em… ¡Danny! Sin lugar a dudas”. Dorian volvió a sacar el móvil, hacia exactamente dos horas y veintitrés minutos que recibió la llamada de Danny “¿Qué querría?” se preguntó “Seguramente sólo era para quedar…” pero Dorian no tenía ganas de quedar con nadie en ese momento, sólo deseaba quedarse justo ahí, acompañado únicamente por el mar.
El tiempo transcurría lentamente, pero en la mente de Dorian las imágenes surgían a un ritmo vertiginoso, recordaba algunos momentos especiales con Emilie, los abrazos de Danny, el beso con Emilie…No, debía dejar de pensar en eso, fue un error un gran error que jamás tendría que haber cometido…
Todo quedó interrumpido, nuevamente el móvil comenzó a sonar, Dorian supuso que sería Danny o tal vez Emilie. Sacó el teléfono y miró la pantalla “Número Oculto”, Dorian se extraño pero contestó la llamada.
-¿Si?- Preguntó el chico.
-…- sólo se hoy un extraño ruido.
-¿Quien es?- Dorian comenzaba a enfadarse, ¿sería una broma?
-…- nada, seguía sin haber respuesta.
- Está bien, si es una broma basta ya- No tenía ganas de ser la víctima de algún adolescente aburrido.
-…Do…Dorian…te… te…quiero… no… lo olvides.- Y la llamada se cortó. Dorian se quedó petrificado, con el móvil aun pegado a la oreja.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

[16] Cuando mueren las golondrinas




Parecía una broma de mal gusto.

Se sentía como si su vida fuese una serie de televisión, dedicada a dejarse llevar por el morbo, a desgraciar la vida de sus personajes hasta el límite: lo que hasta el momento había brillado con la fuerza del sol, ahora parecía una burda imitación. Sin haberlo visto venir, todo se había desmoronado, cual castillo de naipes expuesto al viento. Parecía mentira.

Había regresado a casa en su particular y feliz nube recién descubierta aquella mañana, ahora empañada por la extraña e inexplicable reacción de Dorian. Nada de todo aquello tenía sentido.

“Te amo, Emilie”

Aquellas palabras resonaban en su cabeza como un eco, taladrando hasta el más mínimo de sus pensamientos, sin dejarlos sobreponerse. No era posible. No lo era; Dorian no podía quererla, amarla, no de esa manera. Amor de amigos eran las tres palabras que siempre habían casado con el retrato de ambos, y aunque el más secreto deseo de Emilie fuese alterar esa verdad, era completamente consciente de la imposibilidad del hecho. Tenía que ser mentira, una broma.
No había podido hacer otra cosa que echar a correr. Sin dirigir una sola palabra ni a Dorian, ni a Víctor, había huido a toda prisa de allí, siendo ambos chicos incapaces de alcanzarla.

La casa de Emilie estaba oscura y en silencio cuando llegó. Demasiado silencio. Tanto que parecía incluso sospechoso. Cuando entró al vestíbulo, se quitó las desgastadas Converse de dos patadas y dejó el paquete de Lucky Strike en la mesilla del recibidor. Entonces se percató: no se oía absolutamente nada, ni un mísero ruido; ni la televisión, ni la radio, ni pasos en la cocina. Movida por un terrible presentimiento, echó a correr por los diferentes pasillos de la enorme casa, que de pronto parecían haberse alargado varios kilómetros con el único propósito de agrandar su angustia. Corrió hasta quedarse sin resuello, y finalmente, la encontró sentada en su habitación, en el piso superior.

Su madre estaba sentada en el viejo sillón negro, con los ojos cerrados, y con una foto entre las viejas manos, que parecían no querer soltarla; se aferraba a ella con todas las fuerzas que tenía. El silencio continuó unos cuantos insoportables minutos más, mientras que ella no se movía ni un ápice. Emilie se acercó a su madre, con el corazón en un puño, y confirmó que no respiraba. No perdió el tiempo: cogió la foto de las manos de su fallecida madre, y acto seguido, llamó a una ambulancia.

Cuando todo hubo terminado regresó a casa y se sentó en el mismo sillón. Todo volvía a ser una mierda.
Observó la foto con cuidado, manteniéndose alerta por si a algún sentimiento se le ocurría intentar entrar en ella de nuevo. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, la visión de aquellas tres caras resurgió nuevos deseos en su interior; sin embargo, se sorprendió a sí misma al descubrir que eran de ira. Sentía ganas de gritar, chillar hasta quedarse muda y después callar porque no había nada más que decir. Ardía en deseos de arremeter contra todo y destrozar cada uno de los objetos que se encontraban a su alrededor, especialmente aquel que sostenía entre sus manos. Sentía el irrefrenable impulso de abandonarse a la violencia y cometer una locura.

Buscó la excusa más tonta para hacerlo. El paquete de Lucky estaba vacío: suficiente. Cogió el teléfono, marcó el número con una precisión y memoria deslumbrante, para esperar tono tras tono con fingida pasividad.

- Prisión del estado de Tejas, ¿dígame? – le atendió una irritante y aguda voz de señora, que por el tono de voz utilizado, parecía harta de descolgar el teléfono y repetir lo mismo una y otra vez.
- Buenas noches, me gustaría hablar con el responsable del caso Hill.
- Escuche, señora…
- Señorita, si no le importa.
- Está bien, señorita, el encargado no se encuentra en este momento disponible y no puede atenderla, así que por favor realice su llamada de nuevo en otro momento.
- No, no voy a esperar. Soy la testigo principal y quiero cambiar mi declaración, así que más le vale correr al despacho del encargado y decirle que levante su culo hasta el teléfono y escuche lo que tengo que decirle.
- Oh… - por fin la mujer pareció darse cuenta de quién estaba al otro lado de la línea -. Está bien, señorita, enseguida será atendida.

No necesitó más de diez minutos para relatar toda la historia, convencer al policía de que era cierta y reservar un vuelo para dos horas más tarde.
Cuando el avión aterrizó y vio el estrellado cielo de Tejas, supo que ya no había vuelta atrás.

jueves, 2 de septiembre de 2010

[15] Trozos de papel mojado



El chico caminaba por las calles sin rumbo predeterminado, miraba al cielo en busca de… ¿de qué?, ¿de una respuesta divina. No, esas respuesta no existían, la gente no cae del cielo…Cuando Dorian bajó la mirada, se encontró con una escena que en un primer momento le reconforto, le alivió y le alegró, pero al rato, esos buenos sentimientos se transformaron en ira y frustración. Emilie se encontraba al otro lado de la calle, de la mano de Victor.
Parecía sorprendida de verle, pero Dorian no sabía ni como sentirse. Ella estaba allí, por una parte, sentía un inmenso alivio de ver a Emilie viva y saludable. Por otro lado sentía una fuerte cólera que le impedía casi respirar. El chico no sabía muy bien si correr hacia ella y reprenderle por su actitud o correr en otra dirección, lejos de donde ella pudiera ver sus lágrimas deslizarse por sus mejillas “estúpida Emilie” pensó. Pero ya era tarde para todo eso, Emilie había cruzado la calle y se encaminaba hacia Dorian con un semblante serio.
-¿Te ocurre algo?- Preguntó la chica preocupada
“Contente Dorian, no es el momento ni el lugar”se repitió para sí mismo el chico una y otra vez. Pero no puedo, su ira había alcanzado límites insospechados.
-¡¡¿QUÉ ME OCURRE?!!- Estalló el chico. Emilie salto ante la respuesta de su amigo- ¡¡¿QUIERES SABER QUE ME OCURRE?!!
- ¡Sí! Pero ese no es tono para hablarme- Contestó Emilie indignada a la vez que algo asustada, nunca había visto a Dorian así.
-He… he…es…estado..to…todo el tiempo… preocupado por ti…-Dijo Dorian tartamudeando.
-¿Por qué?- Pregunto ella más calmada pero contrariada.
-Porque… quería darte esto –Dorian sacó de su bolsillo los restos del reloj que le había comprado a Emilie y se los entregó. Emilie se quedó boquiabierta, sabía que la hora que ese reloj marcaba no era a la que correspondía con el momento en el que estaban, sabía que esa posición de las manecillas tenía un significado muy especial para ellos dos-y… tengo algo que decirte…
- Do…- intentó articular Emilie antes de ser cortada tajantemente por Dorian.
- Te amo, Emilie- y Dorian posó sus labios en los de la chica.

sábado, 20 de marzo de 2010

[14] Renacer



Los espaguetis y el café eran ya historia cuando Victor decidió que eran horas indecentes para seguir despiertos. Se encontraban él y Emilie sentados en el porche, sin decir nada, apoyados el uno en el otro. El cielo estaba completamente despejado, y miles de estrellas se asomaban a contar su historia una noche más. No habían dicho nada durante horas, pero tampoco veían necesidad. Se habían mirado, en vez de verse.

- Es tarde – susurró Victor, incorporándose.

- Mmm… - su brusco movimiento despertó a Emilie de su ensimismamiento -. Sí, quizá tengas razón - se miraron; ambos entendieron.

- No hace falta que duermas conmigo si no quieres, Emilie – dijo él sin mirarla -. Por algo hay dos habitaciones.

Victor esperó unos segundos, y al ver que no había respuesta, se levantó. “Buenas noches”, susurró de manera casi inaudible, y se marchó a su habitación. Esta vez no hubo beso. Emilie podía oírle bostezar al otro lado de la puerta, podía percibir cómo se quitaba los pantalones desgastados y el ruido que hacía el cinturón de metal chocando contra el suelo de madera. Después, silencio. Un asombroso y abrumador silencio la invadió. Observó a su alrededor y se encontró sola de nuevo, con tiempo y espacio suficiente para ella. ¿No era eso todo lo que quería, lo que siempre había necesitado? ¿Y por qué ahora se sentía tan incómoda? Maldiciendo el extraño poder de Victor, que había echado por tierra el muro que durante tantos años había estado construyendo, Emilie se levantó y entró en la casa con la taza vacía en la mano.

A la altura de la cocina, los sentimientos la desbordaron. Sintió ganas de llorar, de una manera incontrolable e infantil; quiso llorar como nunca lo había hecho, como nunca se había permitido. Quiso saber qué pasaba, pero tenía miedo de preguntar. Un escalofrío le recorría el cuerpo, haciéndola temblar violentamente, tiritando, pero no de frío. La presión ganó la partida y la taza que sostenía cayó al suelo produciendo un estrepitoso ruido. La puerta de Victor no tardó en abrirse.

- ¡¿Emilie?! ¿Qué pasa? – Victor salió corriendo, en calzoncillos y con una camiseta de Guns N’ Roses que utilizaba para dormir.

Cuando la vio, ahí parada, descalza y con la taza hecha añicos a sus pies, se tranquilizó. Avanzó hasta donde ella estaba y le acarició el largo pelo negro que caía desordenado por su cara. Después la abrazó. Emilie no se movió, tenía el aspecto de una muñeca rota, de una marioneta dependiente, de una ola movida a la merced de la marea. Cuando se miraron, decidió que ya no pensaría más: se acabó. Envuelta de una energía que no tenía, arrastró a Victor hasta la habitación y cerró de un portazo.

Horas más tarde, cuando se entregó al sueño, la sonrisa de Dorian acudió de nuevo a sus sueños, como llevaba haciendo más de un año.

* * *

Emilie despertó con el sonido de una batidora. Bostezó, estirándose poco a poco bajo la suave y fina sábana que cubría su cuerpo desnudo. Muy despacio, abrió los ojos y dejó que la claridad la cegase por unos instantes. Cuando recuperó la visión, observó que la cama estaba vacía, y que no había rastro de Victor en la habitación; visto lo cual, se incorporó con energía y buscó algo que ponerse. En la maleta de Victor había una camiseta de ACDC, que le servía de vestido. La camiseta la miraba con desafío: “¿A que no me vistes?”

Dos minutos más tarde, Emilie se encontró con Victor en la cocina, pues él se hallaba preparando el desayuno.

- Wow – dijo él por saludo -, te queda muy bien esa camiseta.

- Gracias – dijo ella, sin poder evitar reírse. Se sentó en uno de los taburetes y esperó pacientemente a que Victor acabase sus labores de mayordomo. Cuando ambos se encontraron sentados, procedió -. Tenemos que hablar.

- Mmm – a Victor se le borró la sonrisa de la cara -. Odio esa frase.

- Creo que ha llegado el momento de que dejemos las cosas claras.

- Em – dijo él con calma -. No hace falta que digas nada, ya sé lo que es. Sé que quieres a Dorian, y que siempre lo has hecho. Sé lo que te duele que él no pueda corresponderte aunque quisiera, y no te lo voy a negar, me alegro, porque sé que en el fondo tengo una mínima oportunidad contigo que no voy a desaprovechar. No sé si es egoísta, pero me da igual, de pequeño me enseñaron que debo pelear por lo quiero, y tú eres lo que quiero, cueste lo que cueste. No te estoy pidiendo que te olvides de Dorian, puedo seguir viviendo como hasta ahora, y perfectamente además. Piénsalo, Em. Yo nunca te pedí que te olvidases de él. No lo hice, y tampoco pienso hacerlo. No hay necesidad de que te compliques ni de que busques un sentido a esta situación. Tampoco tienes porqué elegir: haz lo que el corazón te dicte, y sea lo que sea, lo aceptaré. Ser feliz no es tan difícil, sólo tienes que quererlo.

Emilie se quedó paralizada ante aquel inesperado discurso. Victor había tomado su mano entre las suyas y esperaba con la mirada que reaccionase de alguna manera. Respiró hondo y procesó todas y cada una de las palabras que había oído. Fue en aquel preciso momento en el que se dio cuenta de que sí, Victor tenía razón. ¡No había necesidad de elegir! Quizás si dejaba de torturarse, de esconderse, de disfrazarse… quizás… podría ser feliz. Sonrió.

Al ver su sonrisa, Victor sonrió a su vez. Lo que sintieron en aquel instante difícilmente podría ser descrito, pues la complejidad y a la vez sencillez de sus sentimientos colapsó todo lo existente hasta aquel mismo instante: ahora todo estaba claro, como nunca pareció que lo estaría. La felicidad pareció existir.

* * *

A petición de Emilie, abandonaron la casa nada más desayunar y emprendieron la vuelta a Crisfield. Aparcaron en el centro y se dirigieron a dar una vuelta por las calles del pueblo, que esta vez parecían diferentes, como si emitiesen un extraño brillo… como si estuviesen en un lugar diferente que no reconocían. El sol brillaba fuerte en el cielo y no había ni rastro de nubes: era el día perfecto.

Emilie rebosaba alegría, estaba completamente irreconocible. Sentía como si de pronto todo tuviese sentido, como si hubiese encontrado por fin su sitio. Así lo sentía y actuaba en consecuencia. Quería que todo el mundo supiese que la felicidad existía, que no era un cuento para niñas. Dio la mano a Victor, y paseó junto a él durante horas, queriendo demostrar que aunque hubiesen millones de personas en el mundo, ella sólo necesitaba a unas pocas.

No pudo creer en su suerte cuando vio a Dorian en una de las calles cercanas a la playa. Su mirada se iluminó más todavía, si cabe, y quiso correr hacia él, abrazarlo y besarlo para hacerle partícipe de su renovada felicidad.

Lo que no pudo entender era porqué Dorian tenía aquella cara, como si estuviese a punto de cometer un homicidio.



martes, 16 de marzo de 2010

[13] Muerte inesperada






Las gaviotas graznaban estrepitosamente en el cielo, las olas bañaban de espuma blanca la arena dorada de la playa y la brisa marina alborotaba el azabache pelo de un joven que se encontraba tirado sobre la orilla. El chico se despertó por la fuerte luz que emanaba el horizonte. Dorian se encontraba aturdido, al abrir sus ojos no sabía donde se encontraba ni como había llegado hasta allí. Poco a poco fue recordando lo sucedido la noche anterior, de que manera había recorrido toda la ciudad en busca del paradero de Emilie y de que manera había fracasado en su intento. Dorian pensó que quizá a estas horas su amiga se hallaría ya muerta y en ese momento una angustia le asaltó. El chico intentó incorporarse y sintió un ligero dolor en la pierna, Dorian metió la mano en el bolsillo de su pantalón y extrajo los pedacitos de la esfera de cristal de cuarzo junto con el resto del conjunto que formaban un reloj Swatch que había comprado para regalárselo a Emilie por su cumpleaños, el reloj señalaba una fecha pasada concreta, se trataba del día en que Emilie y él se habían conocido, Dorian quería regalarle a Emilie todo el tiempo que habían pasado juntos, pero ahora, ese tiempo estaba destruido, quizá ahora ya no podría volver a ver a Emilie nunca más, posiblemente, la vida de su amiga se encontraba destruida como el reloj que Dorian sostenía en sus manos. El joven se levantó y se dirigió hacia el mar, un par de lágrimas brotaron desde sus ojos y recorrieron su rostro, tomo una gran bocanada de aire y arrojó con fuerza, a la vez que gritaba, los restos del reloj que desaparecieron en el horizonte sin dejar rastro.

Dorian caminaba sin rumbo por las calles de Crisfield, aun era pronto pero el pueblo comenzaba a despertar de su sueño por lo que Dorian decidió ir a su casa para evitar toparse con conocidos. Cuando llegó hasta la puerta de su casa y fue a deslizar la llave en la cerradura, esta se abrió de golpe y Katherine apareció detrás.

-¡¿Pero dónde te habías metido?!- exclamo alarmada.
-Yo…esto…he estado por ahí- dijo Dorian con desgana
-Nos tenías muy preocupados a tu padre y a mí, no sabes el lío que se ha formado en el pueblo.- Katherine parecía algo nerviosa.
-¿Qué pasó?- preguntó Dorian alarmado
-Una chica ha sido hallada muerta, según la policía presentaba signos de violencia, pero aún no la han podido identificar…
-¡¡¿QUÉ?!!- Dorian no daba crédito a lo que oía, parecía todo un mal sueño. El chico dejo caer las llaves y se dio la vuelta súbitamente bajo por los peldaños de dos en dos y varias veces estuvo a punto de tropezar y precipitarse por las escaleras, pero esta vez, no había tiempo para ello. El joven salió del edificio donde vivía y corrió a toda prisa por las calles de Crisfield en dirección a la comisaría de policía.
El aire desaparecía de los pulmones de Dorian, su piernas comenzaban a flaquear, pero su mente les impedía detenerse “no, debo continuar, ella no puede ser, no es ella” se decía una y otra vez cada instante que su cuerpo exigía detenerse.
Al final y tras varios kilómetros recorridos, Dorian llegó hasta la comisaría de policía donde se detuvo en seco con el corazón en un puño. Quizá, al otro lado de esa puerta se hallaría el cadáver de su amiga, posiblemente, después de todo lo que pasaron juntos, ella, se encontrase tendida encima de una camilla, inerte, pétrea y sin mirada. Las lágrimas volvieron a brotar en el rostro del chico, las imágenes de todo lo que habían vivido juntos surcaban su mente… la primera risa juntos, la primera taza de café, aquellas confesiones y las distintas expresiones de Emilie. Dorian podía ver en su mente perfectamente cada uno de los músculos faciales de la chica adoptar distintas contracciones para mostrar diferentes expresiones. ¿Y si había perdido todo eso para siempre?¿y si ya no volvía a compartir su vida con ella? No, eso no podía pasar, Emilie estaba viva, tenía que estarlo, no podía dejarle solo justo ahora que tanto la necesitaba, justo ahora que comenzaba a ser feliz y quería compartir esa felicidad con ella.

-¿No te das cuenta?¿desde cuando comenzaste a ser feliz?- dijo aquella familiar voz
-Uhm, recuerdo el día, fue desde que Emilie llegó a mi vida…-Dorian enmudeció, había caído en la cuenta del peso de sus palabras-… pero soy más feliz desde que Danny esta conmigo, él me aporta mucha más felicidad- se excuso.
-Allá tú, yo sólo soy una voz en tu cabeza, pero deberías darte cuenta ya de que tú…
-¿Perdone joven, que hace aquí?- Dorian salió de su ensimismamiento y contempló el origen de aquella cuestión, resultó ser un policía.
-Esto…yo…me acabo de enterar de lo de la chica…y yo no localizo a una amiga…- dijo Dorian entrecortadamente.
-Entiendo. Entonces deberías pasar, dentro te proporcionarán más información- y abriéndole la puerta, invitó a Dorian a pasar.
Dorian atravesó la puerta y entró en las dependencias. La sala, pese a ser de día, estaba iluminada por luces fluorescentes situadas en distintos puntos del techo. El mobiliario contaba con varias mesas de roble y en la esquina, un enorme poto que trepaba por las paredes a su alcance. El chico se dirigió hacia una joven policía que alborotaba diversos montones de papeles colocados sobre su mesa.

-Hola… quería saber acerca de la chica que han encontrado…- Dorian no era capaz de decir la palabra- bueno, ya sabe…
-¿Muerta?- la agente lo dijo sin levantar la vista de los montones de papeles- ¿Ves todos estos montones de papeles?- dijo señalando los montículos- Todos estos montones los ha creado algún psicópata que asesinó a aquella pobre desgraciada que seguramente su mayor delito fue estar en el lugar inadecuado en el momento menos propicio, y yo aquí, intentando poner en orden todo este desbarajuste burocrático que me durará varios días.¿Pero sabes lo peor? Que pese a vivir en un pueblo, nadie ha visto nada y nadie puede ayudar a esclarecer los sucedido, y ahora llegas tú, un simple muchacho que se interesa por la muerte de esta chica. En fin, yo no tengo más ganas de lidiar con nadie y tengo mucho trabajo, dile a ese de ahí- alzó la mano y señaló con el dedo índice a un tipo gordo sentado en a una mesa tecleando en un ordenador- que te tome declaración si es que piensas decir algo de ayuda de lo contrario, vete por donde has venido.

Dorian se dirigió hacia el tipo gordo, sin despedirse antes de la mujer.¿No hubiera sido mejor que se ahorrase el sermón? Pensó dorian.
-Esto… vengo por lo de…-
-Sí, ya he oído lo que te dijo Mary, siéntate- La enorme papada del policía temblada a cada palabra de este-¿Nombre?
-Dorian
-Y bien Dorian, ¿qué puedes decir?- El hombre dejó de teclear
-Yo… no consigo localizar a mi mejor amiga y… pensé que…-Dorian no podía contarle al agente la verdad, no podía destapar ahora todo eso.
-…que podría ser ella, ¿no?- la voz del policía contenía un deje burlesco.
-Sí- dijo Dorian sin vacilar
-Bien chico, yo no puedo poner en duda tus inquietudes por ello…dime, ¿es esta tu amiga?- El policía mostró a Dorian la fotografía del cuerpo hallado, se trataba de una chica rubia, con un cuerpo esbelto. La chica se encontraba degollada y presentaba diversos golpes y cortes por todo el cuerpo.- ¿Es ella?- insistió el policía.
-No.- Dorian no sabía de que manera sentirse.
El chico caminaba por las calles sin rumbo predeterminado, miraba al cielo en busca de… ¿de qué?, ¿de una respuesta divina. No, esas respuesta no existían, la gente no cae del cielo…Cuando Dorian bajó la mirada, se encontró con una escena que en un primer momento le reconforto, le alivió y le alegró, pero al rato, esos buenos sentimientos se transformaron en ira y frustración. Emilie se encontraba al otro lado de la calle, de la mano de Victor.

miércoles, 10 de marzo de 2010

[12] Secuestro


El viejo Nissan Almera de Emilie ronroneaba de emoción cuando salieron a la carretera general. Crisfield quedaba ya varios kilómetros atrás, y el puerto terminaba de perderse en el horizonte, mientras que el coche se alejaba cada vez más del pequeño pueblo costero.

Esta vez, Victor conducía, concentrado en el anaranjado cielo que se abría ante ellos. Parecía estar ausente, tamborileando en el volante al ritmo de la canción de Jason Mraz que sonaba en aquel momento, a la vez que susurraba la letra de manera casi inaudible. Escondía su mirada tras unas Ray-Ban de aviador, y sonreía casi sin quererlo.

Emilie se sentaba en el asiento del copiloto, enfurruñada y mirando por la ventanilla.

- ¿Vas a decirme de una vez a dónde vamos? – le preguntó por enésima vez.

- No – respondió él, como todas las veces anteriores.

- ¿Sabes que puedo denunciarte por secuestro? – contraatacó Emilie, alzando una ceja.

Victor no hizo ni dijo nada, simplemente se rió suavemente. Condujo en silencio durante dos horas, y lo único que se escuchó en el viejo coche fueron las relajantes melodías de “We sing, we dance, we steal things”. Cuando la oscuridad de la noche amenazaba con sumir la carretera en la más profunda negrura, Victor anunció que habían llegado.

Emilie bajó del coche, dejó que él cerrase la puerta tras ella, y observó con curiosidad a su alrededor. Lo que vio la dejó sin respiración: frente a ella se extendía un inacabable campo, repleto de flores, árboles y plantas de todo tipo. Era un paisaje de una belleza tan infinita que parecía imposible. De fondo podían oírse las olas del mar. Emilie se sintió extrañamente relajada, tranquila… como si no existiese ningún problema, Como si su vida no fuese una mierda. Sonrió sin quererlo.

Un par de minutos más tarde, notó las suaves manos de Victor por su cintura, abrazándola. No se quejó, en aquel momento no vio porqué. Victor dirigió la mirada de ella hacia la izquierda, donde descubrió una pequeña casa, puramente blanca, que constaba de un único piso y un porche de madera que parecía sacado de una película de los años ochenta.

- ¿Qué es esto? – preguntó Emilie en apenas un hilo de voz.

- Feliz cumpleaños – respondió él.

Acto seguido, depositó un apenas perceptible beso en su mejilla.

***

Cuando Emilie entró en la pequeña casa, no puedo evitar sonreír de nuevo. Era un lugar maravilloso, lleno de calor, que transmitía una fuerte sensación de cariño… de manera extrañamente abrumadora, se sintió como en casa. Fue como si el peso de no encontrarse en su lugar hubiera desaparecido en el mismo instante en el que cruzó el umbral de la puerta. De pronto se dio cuenta de que aquello era todo lo que había intentado llevar a su casa y no había sido capaz.

A su espalda, Victor dejaba las maletas a un lado de la puerta, y encendía la chimenea. Después, se situó a su lado, y le preguntó:

- ¿Te gusta? – en su voz se percibía cierto miedo a su posible reacción.

- Sí – no respondió más, pues no hacía falta.

- He cogido esta casa porque tenía una habitación para cada uno – ante la interrogante mirada de Emilie, continuó -. Sé que te gusta tener intimidad.

Emilie estaba absoluta y completamente sorprendida. No sabía exactamente cómo debía sentirse, pero de alguna manera, algo parecido al agradecimiento asomaba en ella. Era raro. Quería rechazarlo, pero a la vez, sentía curiosidad por aquel nuevo sentimiento que comenzaba a aflorar. Sabía que estaba mal, perder de aquella manera tan tonta su personalidad, su esencia… ¿o quizás estaba bien? ¿Sería capaz de sentir algo por una persona que no fuera Dorian? Y peor aún, ¿sería capaz de alejar el frío de su corazón?

“Supongo que me da miedo ser feliz”, pensó.

Miró a Victor, que se movía de un lado para otro, sin parar ni un momento, pues al parecer intentaba hacer algo para cenar. ¿De verdad tenían un futuro? ¿Era algo más que físico para ella, o lo sería con el tiempo? ¿O no lo sería nunca? Victor se encontró con su mirada y sonrió dulcemente. Sus ojos se encontraron produciendo una llamarada, una fuerte sacudida que ambos sintieron profundamente en sus cuerpos. Emilie miraba por primera vez lo que tenía frente a ella. Sentía como esos ojos verdes la llamaban a acercarse, cual dos polos opuestos que se encuentran en una misma estancia… atracción total.

La confusa y atrayente unión de sus deseos se vio interrumpida por Linkin Park, que cantaba “What I’ve Done” a través del móvil de Emilie. La magia se rompió al instante, y ambos regresaron a la realidad. Victor, el más cercano al aparato, lo cogió.

“Dorian llamando”

Colgó. No se sintió culpable. Es más, apagó el móvil.

- Este fin de semana nada de teléfonos – dijo, acercándose a Emilie. Sin detenerse a pensar en lo sorprendente de su acción, Emilie se levantó y le besó.

Media hora más tarde, ambos se encontraban sentados en la terraza comiendo espaguetis, como si llevasen juntos toda una vida.