El viejo Nissan Almera de Emilie ronroneaba de emoción cuando salieron a la carretera general. Crisfield quedaba ya varios kilómetros atrás, y el puerto terminaba de perderse en el horizonte, mientras que el coche se alejaba cada vez más del pequeño pueblo costero.
Esta vez, Victor conducía, concentrado en el anaranjado cielo que se abría ante ellos. Parecía estar ausente, tamborileando en el volante al ritmo de la canción de Jason Mraz que sonaba en aquel momento, a la vez que susurraba la letra de manera casi inaudible. Escondía su mirada tras unas Ray-Ban de aviador, y sonreía casi sin quererlo.
Emilie se sentaba en el asiento del copiloto, enfurruñada y mirando por la ventanilla.
- ¿Vas a decirme de una vez a dónde vamos? – le preguntó por enésima vez.
- No – respondió él, como todas las veces anteriores.
- ¿Sabes que puedo denunciarte por secuestro? – contraatacó Emilie, alzando una ceja.
Victor no hizo ni dijo nada, simplemente se rió suavemente. Condujo en silencio durante dos horas, y lo único que se escuchó en el viejo coche fueron las relajantes melodías de “We sing, we dance, we steal things”. Cuando la oscuridad de la noche amenazaba con sumir la carretera en la más profunda negrura, Victor anunció que habían llegado.
Emilie bajó del coche, dejó que él cerrase la puerta tras ella, y observó con curiosidad a su alrededor. Lo que vio la dejó sin respiración: frente a ella se extendía un inacabable campo, repleto de flores, árboles y plantas de todo tipo. Era un paisaje de una belleza tan infinita que parecía imposible. De fondo podían oírse las olas del mar. Emilie se sintió extrañamente relajada, tranquila… como si no existiese ningún problema, Como si su vida no fuese una mierda. Sonrió sin quererlo.
Un par de minutos más tarde, notó las suaves manos de Victor por su cintura, abrazándola. No se quejó, en aquel momento no vio porqué. Victor dirigió la mirada de ella hacia la izquierda, donde descubrió una pequeña casa, puramente blanca, que constaba de un único piso y un porche de madera que parecía sacado de una película de los años ochenta.
- ¿Qué es esto? – preguntó Emilie en apenas un hilo de voz.
- Feliz cumpleaños – respondió él.
Acto seguido, depositó un apenas perceptible beso en su mejilla.
***
Cuando Emilie entró en la pequeña casa, no puedo evitar sonreír de nuevo. Era un lugar maravilloso, lleno de calor, que transmitía una fuerte sensación de cariño… de manera extrañamente abrumadora, se sintió como en casa. Fue como si el peso de no encontrarse en su lugar hubiera desaparecido en el mismo instante en el que cruzó el umbral de la puerta. De pronto se dio cuenta de que aquello era todo lo que había intentado llevar a su casa y no había sido capaz.
A su espalda, Victor dejaba las maletas a un lado de la puerta, y encendía la chimenea. Después, se situó a su lado, y le preguntó:
- ¿Te gusta? – en su voz se percibía cierto miedo a su posible reacción.
- Sí – no respondió más, pues no hacía falta.
- He cogido esta casa porque tenía una habitación para cada uno – ante la interrogante mirada de Emilie, continuó -. Sé que te gusta tener intimidad.
Emilie estaba absoluta y completamente sorprendida. No sabía exactamente cómo debía sentirse, pero de alguna manera, algo parecido al agradecimiento asomaba en ella. Era raro. Quería rechazarlo, pero a la vez, sentía curiosidad por aquel nuevo sentimiento que comenzaba a aflorar. Sabía que estaba mal, perder de aquella manera tan tonta su personalidad, su esencia… ¿o quizás estaba bien? ¿Sería capaz de sentir algo por una persona que no fuera Dorian? Y peor aún, ¿sería capaz de alejar el frío de su corazón?
“Supongo que me da miedo ser feliz”, pensó.
Miró a Victor, que se movía de un lado para otro, sin parar ni un momento, pues al parecer intentaba hacer algo para cenar. ¿De verdad tenían un futuro? ¿Era algo más que físico para ella, o lo sería con el tiempo? ¿O no lo sería nunca? Victor se encontró con su mirada y sonrió dulcemente. Sus ojos se encontraron produciendo una llamarada, una fuerte sacudida que ambos sintieron profundamente en sus cuerpos. Emilie miraba por primera vez lo que tenía frente a ella. Sentía como esos ojos verdes la llamaban a acercarse, cual dos polos opuestos que se encuentran en una misma estancia… atracción total.
La confusa y atrayente unión de sus deseos se vio interrumpida por Linkin Park, que cantaba “What I’ve Done” a través del móvil de Emilie. La magia se rompió al instante, y ambos regresaron a la realidad. Victor, el más cercano al aparato, lo cogió.
“Dorian llamando”
Colgó. No se sintió culpable. Es más, apagó el móvil.
- Este fin de semana nada de teléfonos – dijo, acercándose a Emilie. Sin detenerse a pensar en lo sorprendente de su acción, Emilie se levantó y le besó.
Media hora más tarde, ambos se encontraban sentados en la terraza comiendo espaguetis, como si llevasen juntos toda una vida.
uyuyuyuy!!! que interesante se pone esto... al final va a resultar que Emilie también tiene su corazoncito...
ResponderEliminarCiao
M'ha agradat això promet...
ResponderEliminarUna abraçada,
Josep
VAleeee! Ya comento :P
ResponderEliminarBonito capítulo... me encantó la interrupción de Linkin park, buenísima canción :)
ohh k bonito! i k inesperado...k pasara k pasara! muajaja yo quiero saberlo!
ResponderEliminarEmilie, no le dejes escapar! Eso es amor...
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