No por esperada la noticia dolía menos.
Emilie sostenía entre sus manos aquel catastrófico (y suspenso) examen, observando con rabia sus estúpidos errores. Parecía que el examen había sido escrito por un niño de cinco años. ¿Dónde tenía la cabeza?
- Parece que no estaba muy acertada ese día, señorita Hill – le dijo su querido profesor de Historia del Cine Moderno con cierto retintín.
En aquel momento, Emilie deseó estamparle el examen en la cara, hacer una bola con él y enviarlo de una patada al hemisferio contrario al que se encontraban. Pero en lugar de eso, le devolvió el examen, no sin cierto ademán enfadado, y salió de clase.
- ¿Qué tal te ha salido? – le preguntó Victor, que ya la había alcanzado y se disponía a cogerle la mochila, como siempre.
- De puta pena – contestó ella, sacando un cigarrillo.
- Tranquila, el examen final lo harás mejor – le aseguró.
Ahora era siempre así. Cuando tocaba la una en punto, Victor salía corriendo de clase, recogía a Emilie de la suya, y le llevaba la mochila para que no le molestase la espalda.
- ¿Cuándo le dirás a Dorian que te has tatuado la espalda? – le preguntó Victor al cargar su mochila sobre sus hombros.
- ¿Es necesario decírselo? – respondió ella.
- ¿Es necesario ocultárselo?
Como con casi todo lo que hacía últimamente, Emilie se había dejado llevar por un impulso. Había cogido el coche, y se había ido hasta Baltimore capital, a ver a un tatuador profesional, que tras horas y horas de laborioso trabajo, le había dibujado un precioso dragón que poblaba toda su espalda. Dolía, sí, pero no se arrepentía.
La noche que Victor lo vio por primera vez, cuando ambos se encontraban en su casa, quedó fascinado.
- ¿No te dolió? – le preguntó, acariciando su espalda desnuda.
- Mucho – respondió ella.
- Es precioso.
- Lo es – dijo Emilie, con una débil sonrisa en la cara.
- Casi tanto como tú – contestó Victor, besándola. O al menos, lo intentó, porque ella se apartó al instante.
- Vamos a dejar algunas cosas claras – dijo ella, con una voz más fría de lo que pretendía -: no somos novios, ni vamos a serlo, ¿entiendes? – Él permaneció en silencio, aunque asintió -. Puedes seguir viniendo tras de mí como un perrito todos los días que quieras, pero nada de compromisos, relaciones estables, ni presentarme a la familia… ¿vale? – Victor asintió de nuevo -. Y lo más importante de todo: no hables con Dorian, ni de esto, ni de nada.
Sellaron el pacto de la mejor manera posible.
***
Después de caminar un rato con paso lento hasta el aparcamiento, Emilie y Victor montaron en el coche de ella. Ahora solían volver juntos desde la universidad hasta Crisfield, así él no tenía que coger el autobús y gastar un dineral en idas y venidas.
A Emilie le daba miedo estar sentando la cabeza. O incluso volverse una santa. No sabía porque estaba tan débil últimamente. Bueno, en realidad sí lo sabía, pero prefería hacerse la ignorante.
Emilie se sentó en el asiento del conductor, se puso el cinturón y encendió el reproductor de música. Mientras comenzaba a salir del recinto, la voz de Amy Lee cantando “Call me when you’re sober” inundó el coche. Como siempre, Victor pasó el viaje parloteando sobre diversos temas sin importancia ni transcendencia, únicamente porque sabía que a Emilie le gustaba escuchar a alguien hablar mientras conducía.
Victor no era tonto. Sabía lo que Emilie sentía por Dorian, y la imposibilidad de que este sentimiento fuese recíproco. Durante los últimos días, había conocido a Danny, y aunque no acababa de sentirse cómodo con la visión de dos hombres besándose en público, tampoco le parecía mal. Se consolaba pensando que Emilie tampoco disfrutaba de la situación, aunque fuese por motivos distintos. Al menos tenían un mínimo punto común.
Victor nunca se había considerado homófobo, simplemente no era para él. Además Danny y Dorian se estaban portando muy bien con él. No pensaba mucho en ello, y aunque no entendiese cómo alguien podía rechazar a una chica como Emilie, lo respetaba. Peor para él. Sabía que Emilie no le quería, pero en ocasiones era suya, y eso no podía quitárselo nadie. Quizás con el tiempo…
- Le ocultas muchas cosas a Dorian, ¿no crees? – preguntó de pronto.
- ¿Ah, sí? – respondió Emilie, fingiendo desinterés y concentración en la carretera -. ¿Como qué?
- El tatuaje, el coche nuevo, tu casa, nuestras “cosas”, tampoco sabe que fumas… ni lo que sientes por él.
- Eres muy listo, Vic – le dijo ella con una sonrisa.
- Pero si es tu mejor amigo, ¿no se supone que no deberíais tener secretos entre vosotros?
- Hay muchas cosas que nadie debería saber.
- ¿Ni siquiera yo?
- Ni siquiera tú.
Se quedaron en silencio un rato, pero a Victor le rondaba la pregunta por la cabeza y no podía controlarse. La curiosidad podía al miedo, o a la vergüenza.
- ¿Qué ocultas, Emilie?
Ella no contestó, dando por zanjada la discusión.
A Emilie le daba miedo estar sentando la cabeza. O incluso volverse una santa. No sabía porque estaba tan débil últimamente. Bueno, en realidad sí lo sabía, pero prefería hacerse la ignorante.
Emilie se sentó en el asiento del conductor, se puso el cinturón y encendió el reproductor de música. Mientras comenzaba a salir del recinto, la voz de Amy Lee cantando “Call me when you’re sober” inundó el coche. Como siempre, Victor pasó el viaje parloteando sobre diversos temas sin importancia ni transcendencia, únicamente porque sabía que a Emilie le gustaba escuchar a alguien hablar mientras conducía.
Victor no era tonto. Sabía lo que Emilie sentía por Dorian, y la imposibilidad de que este sentimiento fuese recíproco. Durante los últimos días, había conocido a Danny, y aunque no acababa de sentirse cómodo con la visión de dos hombres besándose en público, tampoco le parecía mal. Se consolaba pensando que Emilie tampoco disfrutaba de la situación, aunque fuese por motivos distintos. Al menos tenían un mínimo punto común.
Victor nunca se había considerado homófobo, simplemente no era para él. Además Danny y Dorian se estaban portando muy bien con él. No pensaba mucho en ello, y aunque no entendiese cómo alguien podía rechazar a una chica como Emilie, lo respetaba. Peor para él. Sabía que Emilie no le quería, pero en ocasiones era suya, y eso no podía quitárselo nadie. Quizás con el tiempo…
- Le ocultas muchas cosas a Dorian, ¿no crees? – preguntó de pronto.
- ¿Ah, sí? – respondió Emilie, fingiendo desinterés y concentración en la carretera -. ¿Como qué?
- El tatuaje, el coche nuevo, tu casa, nuestras “cosas”, tampoco sabe que fumas… ni lo que sientes por él.
- Eres muy listo, Vic – le dijo ella con una sonrisa.
- Pero si es tu mejor amigo, ¿no se supone que no deberíais tener secretos entre vosotros?
- Hay muchas cosas que nadie debería saber.
- ¿Ni siquiera yo?
- Ni siquiera tú.
Se quedaron en silencio un rato, pero a Victor le rondaba la pregunta por la cabeza y no podía controlarse. La curiosidad podía al miedo, o a la vergüenza.
- ¿Qué ocultas, Emilie?
Ella no contestó, dando por zanjada la discusión.