“No hay tiempo para nosotros, no hay sitio para nosotros.”
Freddie le susurraba al oído palabras de desaliento, lo cual aumentaba sus ganas de seguir en la cama durante el resto de su vida. La habitación estaba hecha un desastre: un olor inclasificable que dificultaba la respiración bailaba por el aire, en la mesilla los cigarros se amontonaban sin haber llegado a morir; CDs calzoncillos y demás objetos inanimados mutaban sobre la alfombra, mientras que sobre la cama, él abandonaba su cuerpo al olvido.
Si fuese interrogado en aquel instante, no habría sido capaz de sincerarse acerca del tiempo que llevaba ahí inerte, estático. Porque ni siquiera él estaba seguro. ¿Dos días? ¿Una semana? ¿La vida entera, quizás? Tampoco ardía en deseos de saberlo.
Mantenía los ojos cerrados, porque no era necesario abrirlos para que su mente reprodujese una y otra vez, sin descanso, la martirizadora imagen de la que había tenido que ser testigo. Como si de un disco rayado se tratase, los labios de Emilie besaban los de Dorian sin descanso alguno. Una vez. Y otra. Y otra más.
El disco continuaba in crescendo mientras notaba que algo nacía en su interior. “Pasé lo que pase, lo que dejaré en manos de la suerte…” Furia. Furia y rabia surgían de él, como si de curiosas criaturas que jamás han visto mundo se tratasen. Comenzó a apartar mechones pelirrojos de su cara hasta que le fue devuelta la vista. Freddie decía que no podía quedarse ahí parado, era hora de levantarse, de seguir adelante y tomar control de la situación, aunque por dentro no encontrase fuerzas para hacerlo. Era todo cuestión de saber maquillarlo.
Sus ojos verdes brillaron con malicia por un momento. De golpe alzó su cuerpo de la cama y se vistió en cuestión de segundos. El show debía continuar.
* * *
Como un tigre desafiando las leyes de la gravedad.
Así se sentía Victor, que caminaba a paso apresurado y ansioso calle abajo. Era ya de noche, aunque no especialmente tarde, por lo que aún podía verse gente por las aceras de Crisfield. No estaba seguro de lo que se disponía a hacer, y menos aún hacia qué dirección se dirigía, pero lo que ocurrió a continuación le dio una pista muy clara. Andaba sin pararse a mirar quién pasaba por su lado, por lo que cuando tropezó con aquel chico, fue incapaz de ubicarlo durante los primeros segundos.
- ¡Danny! – dijo al fin.
- ¡Victor! – exclamó él, con una sonrisa que no parecía forzada -. ¿Cómo tú por aquí? ¿Vas a ver a Emilie?
- No, no sé dónde está. ¿Y tú qué? – añadió -. ¿A por Dorian?
- ¡Ya me gustaría! – dijo Danny con un suspiro cómplice -. Llevo intentando contactar con él toda la tarde, pero no hay manera. Puede que estén los dos, ¿no crees? Quizás les hemos quitado mucho tiempo de estar juntos y quieran pasar algún tiempo solos. Me sentiría muy culpable si le quitase a Dorian tiempo de estar con sus amigos.
“Si tú supieras…”, pensaba Victor mientras. Entonces detuvo aquel pensamiento: ¿por qué no hacérselo saber? ¿O es que el pobre chico iba a vivir felizmente engañado desconociendo que su querido novio iba besando la propiedad de los demás? “Se merece la verdad”, pensó, intentando acallar esa voz en su cabeza que gritaba que aquello sólo era una estrategia más para acabar con Dorian. ¿Qué haría Freddie?
- Entonces – dijo Victor de pronto -, ¿Dorian no está en casa?
- Pues no, ya he pasado por allí y su madrastra Katherine me dijo que había salido.
- Ah, vale… bueno, pues ya nos veremos por ahí, tío. Suerte con tu búsqueda.
“Temedme.” Se alejó sin despedirse. Su cabeza no se podía quitar esas tres sílabas de encima. Los pasos de Victor marcaban el compás de su nerviosismo; no estaba aún muy seguro de si sería capaz de hacerlo. Sin embargo, y para su sorpresa, en media hora se vio a si mismo tocando a la puerta, esperando a que se abriese y pronunciando las palabras que había memorizado por el camino.
- Hola, buenas noches, ¿es usted Katherine?
- Sí, soy yo. ¿Qué ocurre?
- Vengo a hablarle de su hijastro – y sonriendo, entró, aunque sabía que quedaban muchas más cosas por hacer aquella noche.
* * *
Otro más que mordía el polvo.
Ya no había tiempo para arrepentirse, pero Victor no se arrepentía. Ya se encontraba de vuelta en casa, en la seguridad de su habitación, aunque demasiado expuesto al riesgo de sus fuertes sentimientos. Herido como se encontraba no había encontrado otra manera, pero de alguna forma tenía que justificar a todo el mundo y a sí mismo la causa de su egoísmo.
¿Qué había pasado? Nunca había sido celoso. Y ahora rozaba el límite de la locura por lo que sabía que nunca sería suyo. Sacudió la cabeza, como intentando quitarse esos pensamientos de la cabeza. De todas maneras, ya no había marcha atrás.
- De verdad – dijo su madre, que entraba en la habitación -, no sé cómo aún te funciona ese disco. Lo tienes puesto a todas horas.
Victor sonrió mientras recogía la caja del CD del suelo.
Absolute Greatest. Queen.